En la enorme cúpula octagonal que se dice es la segunda más grande de América Latina en su estilo, se observan hermosas pinturas al fresco en cada gajo que representan diferentes escenas de la vida de San José.
Con variantes, la leyenda dice lo siguiente: cuenta la historia que en el rancho de El Salitre, perteneciente a este municipio, vivía un piadoso matrimonio que profesaba inmensa fe y devoción a Jesús Crucificado. Siendo su amor tal, que, para este matrimonio, el sacrificio de Cristo en la Cruz, constituía el hecho más trascendental de la historia humana. Cristo ocupaba permanentemente sus pensamientos y vivía en sus corazones, de tal manera que deseaban fervientemente contar con su presencia física y así manifestar su plena adoración. Cierta tarde, llegó un joven viajero pidiendo hospitalidad al matrimonio, quienes, como buenos cristianos, la ofrecieron de inmediato. Enterado de las sublimes ansias de sus anfitriones, se ofreció a fabricar una imagen del Crucificado, en agradecimiento por su hospitalidad, y haciendo uso de sus habilidades ebanistas adquiridas a muy temprana edad. Solicitó madera, herramientas y velas para alumbrarse, ya que deseaba trabajar por la noche. Luego de proveer al joven de lo que pedía, los esposos se retiraron a descansar. Al día siguiente, ya muy entrada la mañana, notaron la ausencia misteriosa del viajero. Al ingresar a la habitación en donde había estado trabajando, contemplaron, atónitos, una colosal imagen de Cristo crucificado, tallada en madera, con tal realismo y plasticidad, que sus corazones se llenaron de alegría, postrándose y orando en silencio, mientras las lágrimas de emoción corrían por sus mejillas. Dicho crucifijo es el que se venera, desde tiempos inmemoriales, bajo la advocación del Señor de El Salitre.
El cuarto jueves después de la cuaresma, es decir, el día de la ascensión, se lleva a cabo la Procesión del Señor del Salitre.
Fotografias Israel Paredes
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